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Cuentos con moraleja: "La semilla más pequeña"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Eran los tiempos de nuestro Señor Jesucristo. Un labrador sudoroso, tomó un puñado de semillas y las arrojó a los surcos de su campo. Los granos de trigo ocuparon sus lugares, conscientes de su importancia para los hombres. Pero entre ellos se había infiltrado un diminuto grano oscuro.

—¡Quítate de aquí, enano!— le gritó una semilla de trigo sobre la que había caído el grano negro.

Y una carcajada recorrió los campos que con el tiempo se convertirían en verdes trigales. Se burlaron de su pequeñez las amapolas y las hierbas que comenzaron a crecer junto a los granos de trigo. Y hasta se cruzaron apuestas sobre la altura que alcanzaría tan pequeña semilla… ¡tan pequeña era! Y un rastrojo de la anterior siembra juró que nunca había visto nada más pequeño y que no serviría para nada; es más, estropearía la belleza de los trigales.

La pobre semilla negra no se amilanó por las burlas. Había nacido para dar fruto, para transformarse y convertirse en algo valioso: no sabía en qué y para quién; pero debía cumplir su cometido. Y como para empezar no necesitaba demasiado espacio, se acurrucó en un pedacito de tierra. Pronto echó raíces. Aquel era un buen suelo, bien nutrido y húmedo.

El invierno fue duro. Su tallo, tierno, poco a poco, con mucho esfuerzo, se abrió camino hacia el cielo. Pasada la primavera, llegó el caluroso verano y la que había sido considerada una semilla inútil sobresalía en el trigal. Las espigas observaban calladas su crecimiento asombroso, no atreviéndose a hacer predicciones sobre un fenómeno que desbordaba todas sus expectativas.

Cuentos con moraleja: "Camino del cielo"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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El padre de Pedro murió como consecuencia de la miseria. Seis meses más tarde, su esposa lo siguió, consumida por las privaciones.

—Adiós, dijo la mujer al hijito, te dejo solo aquí en la tierra; sé bueno y persevera en la oración, que un día nos encontraremos en el cielo.

Pedro quedo solo en el mundo. Tenía apenas seis años, y una vecina caritativa lo acogió, dividiendo con él su pan de cada día. Entretanto, por más que se esforzaba en cuidar del niño, el corazón del pequeño huérfano estaba siempre junto a sus padres ausentes, que ansiaba por reencontrar.

En una de las largas noches que pasaba despierto, fue tomado por un pensamiento:

—¡Ah, el cielo! Debe de ser un lugar de mucha alegría, porque papá y mamá fueron allí y no pensaron siquiera en volver. Estoy seguro de que en el cielo no debe de faltar nada. Pero… ¿Por qué ellos no me llevaron también? ¡Si yo pudiese ir a su encuentro, los abrazaría y besaría!

Desde aquél día, Pedro se le metió en la cabeza la idea de partir para el cielo en busca de sus padres. Cierta mañana, sin decir nada a nadie, juntó en un fardo la poca ropa que tenía y se puso en camino. Después de mucho andar, llegó a una aldea. Llegó tan exhausto que cayó delante de una puerta donde había una cruz. Era la casa parroquial de la iglesia del pueblo.

Cuentos con moraleja: "Mi Primera Comunión"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Pedro era un niño católico de la Misión de Laguna Verde en Paraguay. En su aldea no había escuela católica por lo que tenía que ir andando todos los días a la escuela de un poblado vecino que distaba unos siete kilómetros de su casa. A él no le gustaba mucho ir, pues su maestro era un incrédulo que se esforzaba en arrancar la fe a los alumnos.

Una mañana, al pasar Pedro el puente que atraviesa el río que corre a las afueras de la aldea, percibió que las aguas habían subido debido a las últimas lluvias, lo que hacía presagiar una crecida repentina. Media hora más tarde llegó a la escuela.

Alrededor de las cuatro, terminadas las clases, Pedro volvió a su casa. Al atravesar el puente, vio que las aguas habían subido mucho más. Se sentó a la orilla del puente para ver pasar el agua y se puso a pensar en lo sucedido aquella mañana en la escuela:

--¡Qué cosa más triste tener un alma como la de mi maestro! ¡Aborrecer a Dios y las cosas santas! Pediré a Dios que le perdone cuando haga mi Primera Comunión. Mucho tiempo hacía que aspiraba a recibir a Jesús por primera vez.

Cuentos con moraleja: "Consumirse por Cristo"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Érase una vez una pequeña vela que vivió feliz su infancia, hasta que cierto día le entró curiosidad en saber para qué servía ese hilito negro y finito que sobresalía de su cabeza. Una vela vieja le dijo que ese era su “cabo” y que servía para ser “encendida”.

—Ser “encendida” ¿qué significará eso? — Dijo la vela.

La vela vieja también le dijo que era mejor que nunca lo supiese, porque era algo muy doloroso.

Nuestra pequeña vela, aunque no entendía de qué se trataba, y aun cuando le habían advertido que era algo doloroso, comenzó a soñar con ser encendida. Pronto, este sueño se convirtió en una obsesión. Hasta que por fin un día se dejó encender. Y nuestra vela se sintió feliz por ser luz que vence a las tinieblas y le da seguridad a los corazones de los hombres.

Muy pronto se dio cuenta de que dar luz constituía no solo una alegría, sino también una fuerte exigencia… Sí. Tomó conciencia de que para que la luz perdurara en ella, tenía que alimentarla desde el interior, a través de un permanente consumirse… Entonces su alegría cobró una dimensión más profunda, pues entendió que su misión era consumirse al servicio de la luz y aceptó con fuerte conciencia su nueva vocación.

Cuentos con moraleja: "El pincel rebelde"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Había una vez un pincel que era la admiración de todos los demás lápices, pinceles y carboncillos, puesto que con él habían sido pintados los cuadros más hermosos que habían salido de ese taller. Cuando el pintor tenía que realizar una obra de calidad o un trabajo muy importante, siempre acudía a él, puesto que sus suaves cerdas eran las que más finos y delicados trazos dibujaban sobre el lienzo, y le daban un toque especial a cada detalle de la obra. Esto llenaba de orgullo a nuestro amiguito, que solía pasearse orondo por el taller, mirando por encima del hombro a los demás útiles de dibujo, puesto que sabía que él era el mejor. Todas las fibras y acuarelas del taller suspiraban por el galán.

Cierto día, un viejo plumín de tinta china, envidioso porque nuestro amiguito era el centro de la atención femenina del taller, sembró en él una inquietante cizaña. Le dijo:

—¿Tú te crees muy bueno? Pues lamento informarte que tú solo no vales nada. Jamás decides tú qué es lo que pintarás, o qué colores utilizarás, sino que eres un miserable esclavo del pintor que es quien te usa como a él se le da la gana.

 Esto inquietó al pincelito. ¿Sería verdad lo que el plumín había dicho? ¡No! El pintor era bueno… Pero… si era así, ¿qué derecho tenía el pintor de hacer con él lo que quisiera? ¡El pincelito era el que se ensuciaba y el que se desgastaba al raspar contra el lienzo. ¿Por qué había de llevarse los laureles el pintor? La sombra de esta incomodidad quedó flotando en el ánimo del pincel…

Cuentos con moraleja: "Entender los mensajes de la Divina Providencia"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Sucedió en octubre de 1928. El expreso del Pacífico había salido tres horas antes de la estación de Chicago, y en medio de un terrible temporal de lluvia y viento atravesaba la región próxima al Mississippi. Al llegar la noche, la visibilidad era nula y el potente haz de luz del faro de la locomotora se estrellaba contra la espesa niebla.

De pronto el fogonero vio una extraña y enorme sombra que se agitaba junto a la vía y entre la niebla iluminada. Era algo inexplicable, que jamás había visto, pero que él interpretó como señales desesperadas de alguien que intentaba detener el tren. El maquinista se burló de las visiones del fogonero, pero éste, en un arrebato, manipuló la palanca del freno y el tren se detuvo con una fuerte sacudida.

Maquinista y fogonero bajaron a la vía para efectuar un reconocimiento, e instantes después con una carcajada, el maquinista señaló una pequeña mariposa que se había introducido por una ranura tras el cristal del faro delantero. Las alas del insecto, al proyectarse, aumentadas, como en una pantalla cinematográfica, es decir, sobre el fondo blanquecino de la niebla, fue lo que dieron al fogonero la errónea visión de una sombra que agitaba los brazos para detener el tren. El pobre fogonero bajó la cabeza avergonzado. Sabía que aquel acto impulsivo iba a costarle una dura sanción y tal vez la pérdida del empleo.

Cuentos con moraleja: "San José, abogado de la buena muerte"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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El día 2 de Enero de 1884, un anciano desconocido se presentó al cura párroco de una población de Francia, pidiéndole, por favor, que fuese a ver a una enferma que se estaba muriendo. No sólo el anciano indicaba la calle, casa y número, sino que también se ofreció a acompañar al sacerdote hasta la puerta de la casa.

La calle nombrada tenía muy mala reputación, el anciano era desconocido, y la oscuridad de la noche hacía que el ministro de Dios pusiera algún reparo a la invitación del visitante; más éste le dice:

—Es preciso que usted venga, y sin tardar, porque es cuestión de administrar los santos sacramentos a una pobre mujer que está agonizando.

Después de oír eso, el sacerdote no vacila ni un momento, y, acompañado del anciano, se pone en camino para cumplir con su deber.

La puerta de la casa estaba cerrada; y aunque era la de peor aspecto de toda la calle, pensó el sacerdote que Dios vino al mundo para salvar a los pecadores, así que tiró de la campanilla… No contestaron.

Cuentos con moraleja: "El poder curativo del bigote del león"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Volvió de la guerra con gran alegría de su mujer. Pero no era ya el mismo. Se pasaba el día sentado, la mirada perdida, brusco, sin sonreír, sin contar nada. La esposa buscó al brujo del poblado. Le expuso el caso y pidió algo que curase a su marido.

El brujo le dijo:

—Sí, lo haré, pero necesito un pelo del bigote de un león.

Ella regresó asustada a casa, pero decidió salir en busca del terrible animal. Cuando lo divisó quedó paralizada del miedo, pero el león huyó. Ella salía a la selva cada atardecer: siempre esperaba inmóvil pero cada día se aproximaba algo más. Hasta que por fin, acostumbrado el animal, se acercó y ella le dio un poco de leche. Así una y otra vez, con diferentes “regalos”.

Un día se aventuró a tocarle y el animal no huyó, ronroneando de placer por la caricia.

—Necesito algo de ti pero no deseo hacerte daño —le susurró la mujer cuando ya resultaba cercano y amigo.

Cuentos con moraleja: "El pueblo que desapareció bajo las aguas"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Hace ya mucho, pero que mucho tiempo, había un misionero en Filipinas destinado a cuidar de los cristianos de varios pueblecitos. Para hablarles del amor de Dios y de los caminos que a veces utilizaba para enseñarles, solía inventarse cuentos sencillos como éste, cargados de una profunda moraleja.

Había en las costas de Filipinas a mediados del siglo XX un pequeño pueblo llamado Hinuatán lleno de pescadores y campesinos bastante descreídos. Sus gentes vivían de la pesca y del arroz que cultivaban en los arrozales de las laderas de las montañas cercanas al pueblo.

Casi en lo alto de la montaña que miraba al pueblo y al mar vivía un anciano con su nieto. Desde allí contemplaban el ir y venir de los pescadores con sus barcas y de los campesinos cuando iban a sus arrozales. Conocían y amaban a todos los vecinos y a éstos les gustaba saber que, desde la altura, el abuelo velaba por ellos con afecto.

Un día, estando ya el arroz casi maduro y las rubias espigas balanceándose al viento y al sol, el abuelo oteaba a lo lejos preocupado. Había percibido algo extraño. A lo lejos se levantaba una gigantesca cortina de agua, como si el mar y el cielo se hubiesen unido. El abuelo se puso la mano en la frente, a modo de visera, para observar mejor. Al cabo de unos instantes, se volvió hacia la casa y gritó:

— ¡Juan! vete al fuego y trae dos tizones encendidos! ¡Corre!

Cuentos con moraleja: "El sufrimiento de una espiga"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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Hace unos días cayó en mis manos este maravilloso cuento que, sin conocer su autor, ahora les transmito.

En un trigal, cuyas mieses el sol iba dorando a sus fueros, una espiga arrogante crecía muy cargada de hechizos y ensueños. Era esbelta, gallarda y tan buena, que todo su empeño lo cifraba en crecer y adentrarse en la gloria del Cielo.

El Señor, que sus sueños sabía, la miraba benigno y risueño y firmes promesas le hacía, de atraerla algún día a su Seno. Y la espiga  soñaba y crecía…, y esperando alcanzar sus anhelos, se pasaba las horas jugando en el dulce columpio del viento.

Una tarde muy larga de estío, presentose en el campo un labriego, que con hoz despiadada y  cortante  fue segando el precioso  terreno. Y alarmada decía:

¡A mí no! ¡A mí no!, -la inocente espiguita del cuento.

—¡A mí no! Porque estoy designada para alzarme con mi tallo hasta el Cielo.

Pero el hombre tal vez distraído, derribola de un golpe certero, destruyendo con él su ventura y el  hermoso ideal de sus sueños.

Cuentos con moraleja: "¡Quitadme los zapatos!"

Escrito por P. Carlos Prats. Publicado en Cuentos con moraleja.

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San Felipe Neri consideraba que la primera virtud de un santo es la humildad. Había en su época una religiosa de la que todos hablaban, pues se decía que tenía revelaciones. Un día, el Papa mandó precisamente al padre Felipe a aquel convento para que valorara la santidad de la monja.

El tiempo empeoró y la lluvia caía como sólo Dios la sabe mandar, así que Felipe Neri se puso de barro hasta las rodillas.

Llegado al convento, preguntó enseguida por la monja y…. ahí viene: seria, muy seria, afligida, totalmente perdida en Dios.

El santo se sienta, extiende la pierna y dice a la monja:

—¡Quitadme los zapatos!

La monja se enfureció. Alzó el mentón y permaneció inmóvil e indignada.